Eso sí, el viaje en tren hasta Edimburgo no se lo desearía a un enemigo. Algo que no entiendo de este país es que se permita vender billetes de tren de larga distancia sin reserva de asiento. Básicamente, la empresa se lava las manos indicando en la letra pequeña que si no reservas asiento (pasando por sus oficinas, porque una vez emitido el billete la web ya no permite hacer cambios) no te garantizan que vayas sentado. Y acabas con una situación como la del domingo pasado, cuando hubo no sé qué problema con otro tren y el nuestro iba lleno hasta la bandera. Yo tuve suerte porque llegué pronto y pillé uno de los pocos asientos que quedaban libres, pero aquello se empezó a llenar y cuando salimos los pasillos iban llenos de maletas, bicicletas, excursionistas, niños durmiendo tirados entre los vagones y hasta borrachos durmiéndola al lado del coche bar. Vaya, que solo faltaban la cabra y las gallinas. De vergüenza. Menos mal que el resto del viaje mereció la pena.
Y es que Edimburgo es una preciosidad. No sé si será por el color de la piedra de los edificios, el estilo arquitectónico o los desniveles del terreno, pero el caso es que esta ciudad tiene una personalidad única. Además, ahora en verano hay un ambientillo festivo muy agradable.
Lo interesante en este caso es el interior: incluso prescindiendo de los temas místicos que la pusieron de moda, Rosslyn destaca por la profusión de tallas y grabados de todo tipo de plantas y animales, escenas bíblicas e incluso motivos paganos. Hasta hay disponibles unas hojas que sirven de guía al visitante para localizar los elementos más famosos. Con todo, lo que más me llamó la atención fue un boceto que algún maestro albañil grabó en la pared de la cripta y se ha conservado hasta nuestros días. Quién se lo iba a decir a su autor:
La entrada es algo cara para lo que dura la visita (hora y media como mucho, y cobran 9 libras), y hay que tener en cuenta que se tarda más de tres cuartos de hora en llegar, así que es fácil que se vaya medio día en esto. Pero el recorrido del bus entre la campiña y el bosque de la zona también es bastante agradable.
Para terminar, dejo una foto que tomé cuando pasaba cerca del castillo de Edimburgo. Me hizo gracia la gaviota en la farola, que nunca falta en las ciudades de costa, como la que fotografié el año pasado en Oporto. Qué tendrán las farolas, que tanto les gustan a estos bichos...