sábado, 22 de febrero de 2014

Un año en el Reino Unido

Casi no me lo creo. Anda que no han pasado cosas en este tiempo. Por si alguien se lo está preguntando, no, lo de emigrar no ha sido nada fácil, aunque haciendo balance de este año el resultado es que nos hemos divertido y la aventura está mereciendo la pena. Pero claro, nosotros teníamos claro que queríamos vivir aquí; la cosa tiene que ser muy jorobada para quien no consiga adaptarse.

Cuando se habla de las dificultades que encuentra quien emigra a otro país, lo inmediato es pensar en el idioma, el clima o la comida. Los españoles que he conocido aquí es lo primero que mencionan. A me gustan los días grises, el curry y cocinar yo misma, así que el mayor problema que estoy encontrando es el choque cultural. No es que sea algo terrible. Hace poco Magüi me preguntaba si los ingleses son muy reservados y fríos, y por mi experiencia no, yo no los encuentro así. Pero sí veo a qué se refería David cuando me avisaba de que mucha gente es todo sonrisas contigo aunque no te soporte. Para mí que eso es consecuencia de esa necesidad que tienen de ser tan polite  en todo momento. Y mira que me cuesta imitar eso. Tengo un ejemplo de ayer mismo: estaba escribiendo un email para explicarle a alguien que los plazos que me había dado no valían un carajo no eran los adecuados y puse "I am afraid that the proposed timing will not work here". Mi jefe lo vio y me dijo que mejor dijera "I am afraid that the proposed timing is not ideal". Sí, lo de que los ingleses son maestros del understatement  es totalmente cierto.

Pero la diferencia cultural que más he notado la descubrí la semana pasada, cuando murió el padre de mi jefe. El pobre hombre se enteró a media mañana y tuvo que marcharse de la oficina, y en el departamento nos quedamos un poco aturdidos, como suele pasar en estos casos. Entonces una compañera (que es americana) sugirió que debíamos enviar a casa del jefe unas flores en nombre de todo el equipo, y ahí es donde empecé a sentirme rara. No por lo de las flores, que me parecía de lo más normal, sino porque el resto de la gente inmediatamente dijo que no, que ni hablar de flores "porque mucha gente en esta situación sólo quiere flores de la familia cercana". Así que en su lugar acordaron enviarle una tarjeta. Esto... ¿mande? Ya sabía de la afición de esta gente por enviar larjetas para cualquier situación, lo leí hace tiempo en Guirilandia, y además no hay más que fijarse en que existen tiendas que se dedican a esto casi en exclusiva, como Clintons. Pero daba por supuesto que se utilizaban para ocasiones tales como Navidad, cumpleaños, nacimientos o aniversarios. Había visto "sympathy cards", pero suponía que estaban pensadas para acompañar a las flores. Pues no. Son para enviar tal cual. Por suerte me explicaron que lo que se hace es escribir una frase de condolencia y nada más, porque me parecía de locos que la firmara todo el mundo como en los cumpleaños. Al final acabamos comprando la tarjeta en la cafetería de la empresa (sí, las venden ahí, al lado de las bolsas de patatas fritas) y escribiendo un simple "We are thinking of you at this sad time". Porque eso sí, todos me aseguraron que mi jefe no se iba a fijar en la frase porque lo que importa es el detalle. Y digo yo, si no se va a fijar, no sé qué problema había en enviar unas flores...

Y ya que hablamos del tema, dejo una foto que tomé el domingo pasado desde el bus, camino de Kew Gardens. Londres no es como París, que es famosa por sus cementerios, pero de vez en cuando te topas con alguno de estos pequeños y repletos de tumbas antiguas. Este en concreto es el de la St. Anne´s Parish Church, del siglo XVIII.



sábado, 1 de febrero de 2014

Más diferencias culturales: los catarros en el trabajo

La semana pasada volví a Madrid después de casi un año viviendo en el Reino Unido. Me encantó volver aunque también me sentí algo rara, porque los lugares por los que pasaba me parecían a la vez familiares y extraños. Por ejemplo paseando por la zona de Goya me sentía como en casa, porque antes iba mucho por allí, pero algunos comercios parecían haber sido sustituidos por otros de la noche a la mañana. Y tampoco esperaba que me costara tanto recordar cómo ir en autobús desde Felipe II al hospital Gregorio Marañón, algo que hace un año no habría tenido ni que pensar. Pero estuvo genial, me encantó volver a ver a la gente y lo bien que me trató todo el mundo. A los que me leéis, mil gracias, os debo una :)

El caso es que en algún momento de ese viaje cogí un catarro de los chungos, tanto que al principio pensé que podría ser una gripe, así que el lunes a primera hora me acerqué a la clínica. Tuve la suerte de no encontrar a nadie esperando para la walk-in clinic  (las urgencias, vaya), con lo que me vio un médico en seguida. Este doctor me aseguró que sólo se trataba de un catarro, me mandó las medicinas habituales y me aseguró que podía ir a trabajar porque a esas alturas ya no debería ser contagiosa, sobre todo tomando precauciones como lavarme las manos a menudo y no toserle encima a la gente. Así que me fui para allá, dado que me encontraba mejor, aún no eran las 10 y la oficina está a 5 minutos del médico. Y ahí fue donde empezó el surrealismo.

En cuanto aparecí por mi sitio noté que los compañeros me miraban raro. Pensé que era porque llegaba tarde, aunque había avisado por email de que iba al médico. También noté que me preguntaban varias veces qué hacía allí estando acatarrada, así que expliqué lo que me había dicho el médico y la cosa quedó ahí. Durante todo el día procuré no acercarme mucho a la gente, ni siquiera comí con ellos porque tuve que acercarme a la farmacia. Y no le di mayor importancia hasta que poco después de comer una compañera empezó a toser. Y siguió tosiendo. Le comenté a esta chica que parecía que ella también se estaba acatarrando y entonces se me quedó mirando fijamente y me soltó "es que pienso que me lo has pegado tú". Y no era de broma, no, se la notaba incluso cabreada. Según ella, no tendría que haber hecho caso del médico porque "los médicos saben muy poco". No recuerdo qué le contesté porque francamente, me pareció una chorrada. Por corto que sea el periodo de incubación del virus, cuando esta moza lo cogió yo estaba en Madrid, así que difícilmente se lo pude pasar. Pero el caso es que ella lo creía, y no fue la única, porque al día siguiente mi jefe me hizo volverme a casa a teletrabajar para que no contagiara al resto. O mejor dicho, porque este hombre es bastante majo, "para evitar que los demás piensen que les he contagiado y se enfaden conmigo". Y es que parece que esto es lo habitual, la gente se lo toma como una ofensa si cree que les has pasado un catarro o una gripe. No quiero ni pensar cómo lo llevarán si se contagian de algo más grave.

Ojo, que no digo que me parezca irrazonable el mantener aislada a una persona enferma. De hecho me alegro de haber podido teletrabajar estos días, ha sido cómodo y seguro que me ha ayudado a recuperarme. Pero me llama la atención que la actitud sea la opuesta a la que estaba acostumbrada cuando vivía en España. Al menos por mi experiencia, allí la gente va a trabajar aunque estén hechos unos zorros (aunque sólo sea porque lo del teletrabajo es ciencia-ficción y el médico da las bajas con cuentagotas) pero a nadie se le ocurre cabrearse con un compañero porque puede haberle pegado un catarro.