sábado, 1 de febrero de 2014

Más diferencias culturales: los catarros en el trabajo

La semana pasada volví a Madrid después de casi un año viviendo en el Reino Unido. Me encantó volver aunque también me sentí algo rara, porque los lugares por los que pasaba me parecían a la vez familiares y extraños. Por ejemplo paseando por la zona de Goya me sentía como en casa, porque antes iba mucho por allí, pero algunos comercios parecían haber sido sustituidos por otros de la noche a la mañana. Y tampoco esperaba que me costara tanto recordar cómo ir en autobús desde Felipe II al hospital Gregorio Marañón, algo que hace un año no habría tenido ni que pensar. Pero estuvo genial, me encantó volver a ver a la gente y lo bien que me trató todo el mundo. A los que me leéis, mil gracias, os debo una :)

El caso es que en algún momento de ese viaje cogí un catarro de los chungos, tanto que al principio pensé que podría ser una gripe, así que el lunes a primera hora me acerqué a la clínica. Tuve la suerte de no encontrar a nadie esperando para la walk-in clinic  (las urgencias, vaya), con lo que me vio un médico en seguida. Este doctor me aseguró que sólo se trataba de un catarro, me mandó las medicinas habituales y me aseguró que podía ir a trabajar porque a esas alturas ya no debería ser contagiosa, sobre todo tomando precauciones como lavarme las manos a menudo y no toserle encima a la gente. Así que me fui para allá, dado que me encontraba mejor, aún no eran las 10 y la oficina está a 5 minutos del médico. Y ahí fue donde empezó el surrealismo.

En cuanto aparecí por mi sitio noté que los compañeros me miraban raro. Pensé que era porque llegaba tarde, aunque había avisado por email de que iba al médico. También noté que me preguntaban varias veces qué hacía allí estando acatarrada, así que expliqué lo que me había dicho el médico y la cosa quedó ahí. Durante todo el día procuré no acercarme mucho a la gente, ni siquiera comí con ellos porque tuve que acercarme a la farmacia. Y no le di mayor importancia hasta que poco después de comer una compañera empezó a toser. Y siguió tosiendo. Le comenté a esta chica que parecía que ella también se estaba acatarrando y entonces se me quedó mirando fijamente y me soltó "es que pienso que me lo has pegado tú". Y no era de broma, no, se la notaba incluso cabreada. Según ella, no tendría que haber hecho caso del médico porque "los médicos saben muy poco". No recuerdo qué le contesté porque francamente, me pareció una chorrada. Por corto que sea el periodo de incubación del virus, cuando esta moza lo cogió yo estaba en Madrid, así que difícilmente se lo pude pasar. Pero el caso es que ella lo creía, y no fue la única, porque al día siguiente mi jefe me hizo volverme a casa a teletrabajar para que no contagiara al resto. O mejor dicho, porque este hombre es bastante majo, "para evitar que los demás piensen que les he contagiado y se enfaden conmigo". Y es que parece que esto es lo habitual, la gente se lo toma como una ofensa si cree que les has pasado un catarro o una gripe. No quiero ni pensar cómo lo llevarán si se contagian de algo más grave.

Ojo, que no digo que me parezca irrazonable el mantener aislada a una persona enferma. De hecho me alegro de haber podido teletrabajar estos días, ha sido cómodo y seguro que me ha ayudado a recuperarme. Pero me llama la atención que la actitud sea la opuesta a la que estaba acostumbrada cuando vivía en España. Al menos por mi experiencia, allí la gente va a trabajar aunque estén hechos unos zorros (aunque sólo sea porque lo del teletrabajo es ciencia-ficción y el médico da las bajas con cuentagotas) pero a nadie se le ocurre cabrearse con un compañero porque puede haberle pegado un catarro.


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